Fuimos a Malapascua con el reclamo que era un buen sitio para bucear. Nosotros no habíamos buceado nunca (más allá de probar las bombonas en la piscina del Elephant Bay Resort en Koh Chang) pero era una oportunidad más económica hacerlo en Filipinas que en otros lugares. La isla de Malapascua es además famosa por el tiburón zorro (Thresher Shark) un escualo muy difícil de ver pero que cerca de la isla tienen un lugar dónde por la mañana suben de las profundidades a limpiarse y los buceadores los contemplan asombrados.
Nosotros practicamos una vez el buceo, nos pareció interesante, aunque muy aparatoso, pero decidimos pasar más tiempo fuera del agua que dentro.
Así que en esta entrada os contaremos como fue nuestra experiencia en la isla con sus gente más allá de las maravillas marinas que esconden sus costas. Desde Cebú City cogimos un autobús hasta Maya y allí un pequeño bote que nos llevaría a la pequeña isla de Malapascua.
A día de hoy aún desconozco porqué muchos filipinos llevan una moneda dentro de la oreja!
Al llegar a la isla recorrimos su playa principal caminando por la arena. Es una isla pequeñísima, de 2 kilómetros y medio de largo por 1 de ancho. En su playa principal se amontona la oferta de hoteles y bungalows, así que nosotros fuimos buscando el que mejor se ajustará a nuestro presupuesto. Por 12€ al día tuvimos uno de estos bungalows en la misma playa. Nuestro pequeño anfitrión nos acompañó hasta el que sería nuestro hogar por una semana.
Normalmente por la mañana nos íbamos a los hoteles más molones a desayunar, por unos 6€ los dos nos tomábamos unos deliciosos batidos naturales de piña, mango u otras frutas con unas tortillas con tostadas. Y sobretodo, utilizar el Wi-Fi para seguir entregando unos trabajos que teníamos pendientes.
El contraste con este lujo turístico se encuentra apenas unos metros detrás de este hotel. La gente de la isla vive en una situación mucho más precaria. Pese a no tener casi nada material y haber sido azotados por el super tifón Yolanda en 2013, los isleños no pierden su sonrisa. La American Red Cross provee de alimentos a los niños una vez al mes para complementar la dieta que se basa eminentemente en lo que obtienen del mar. En Malapascua falta absolutamente de todo, no hay médicos, ni medicinas y los productos básicos son escasos.
Sin embargo, con una sonrisa de oreja a oreja los niños nos ofrecieron su plato de comida.
Pasamos varios días visitando los niños, jugando a baloncesto y otros juegos, curiosamente es el deporte nacional después de la presencia americana en las islas durante la Segunda Guerra Mundial.
Al grito de LeBron! LeBron! Me pedían la pelota. Aunque les sacaba varios centímetros, ellos me superaban en energía y en capacidad de aguantar el calor asfixiante.
Marta sin duda era la más popular de la isla y se sorteaban ir cogidos de su mano cuando paseamos por ella. Un par de días antes de irnos de Malapascua les regalamos caramelos, unos balones y unas gomas elásticas. Con muy poco disfrutaron todos los niños de la aldea hasta caer el sol.
Les preguntamos dónde tenían la escuela y nos pidieron que fuéramos al día siguiente a verlos. Así que ni cortos ni perezosos decidimos ir a preguntar a los profesores si podíamos ir a ayudar en lo que necesitaran. Al hablar con una de sus profesoras nos dijo:
«Por supuesto. ¿Cuántos días y materias quieres dar?»
Acabé como profesor de la Grade 3 (7 años) para intentar dar clase de lo que pudiera. Matemáticas, dictados, dibujo y cualquier cosa que los mantuviera un poco atentos. Todo mi respeto a los profesores de primaria, especialmente a la profesora de Malapascua que era capaz de controlar y hacer aprender a estos terremotos. Uno incluso me intentó meter un saltamontes por el cuello de la camisa. El material escolar proviene de donaciones o bien de los propios profesores que les compran lo que pueden con su bajo salario. Yo por mi parte sudé la camiseta más que en cualquier partido de fútbol y al final pasé con ellos 3 días increíbles.
Al salir del cole nos acompañaron en nuestro regreso y acabamos jugando otra vez hasta caer la noche. Su energía es inagotable. Lo más sorprendente para los turistas era ver que estábamos con ellos. Lo más sorprendente para nosotros era como los extranjeros podían estar en la playa tomando cócteles sin saber nada de la pequeña isla que tenían a sus espaldas, su máximo objetivo era hacer muchas inmersiones para ver tiburones y postearlo en Facebook.
Cuando dijimos que el domingo nos marchamos muy temprano por la mañana los niños se pusieron muy tristes y por poco no consiguen que nos quedemos más tiempo. Al día siguiente desde las 5 de la mañana ya rondaban a las afueras del bungalow. Habían escrito carteles y varios corazones en la arena de la playa. En uno de ellos nos escribieron que nos querían y nos echarían de menos. Entre lágrimas nos hicieron prometer que volveríamos. Una “Promise” no se puede romper, así que en cuanto podamos volveremos a perdernos en Malapascua para bucear entre sus gentes.
«We miss you Jamaica, Justin, Christine, Loreen, Ginnie, James, Carla, Krissy, Jame, we will come back, we promise!»