Cuando salimos desde Barcelona para empezar esta aventura sabíamos que el primer destino sería seguramente el más duro. Decidimos cubrir la franja del Norte de la India, siguiendo la mayor parte del Ganges. Viendo la distancia que teníamos que recorrer pensamos que necesitaríamos al menos un mes. Estábamos llenos de energía. Sin embargo fallamos y fuimos derrotados por éste país. En lugar de los 30 días que teníamos planeados, sólo aguantamos 14.
Meses después aún tenemos momentos de reflexión sobre lo que vivimos, sentimos y aprendimos de esa experiencia.
India es intensa. Cómo bien dijo un amigo local que hicimos en Jodhpur:
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Cuanta razón tiene mi loco amigo Alí. Todo es posible en este país que puede ser amado y odiado a partes iguales.
Muchos buscan la espiritualidad en India y otros alaban la tolerancia entre culturas y religiones. He leído a varios amantes de la meditación y la paz interior decir que en India una persona puede tener razón y otra también diciendo absolutamente lo contrario, y no por eso discutirán. Hablan de la felicidad de su pueblo pese a sus condiciones precarias. Varios son mis amigos y conocidos que me han contado las bondades de la India. Sus gentes, sus colores, su comida, su espiritualidad…
Mi punto de vista es bastante distinto.
India nos derrotó, pero no por ser sucia e insalubre. Vimos las ratas correr en los restaurantes, toneladas de basura en todos lados, centenares de personas defecando al lado de sus casas, en las vías del tren o en vertederos. Miles de personas escupiendo “Gutka”, un tabaco mascado que deja los dientes y el suelo de color rojo (recomiendo no arrimarse demasiado a la ventana del tren). Ni ratas, ni grillos en el plato o el agua marrón con la que lavaban los platos nos impidió disfrutar de su comida y sus callejones llenos de vida.
India nos derrotó, pero no por su trato a sus animales, sagrados o no. Ver las vacas alimentarse plástico y papel o perros con sarna es habitual. Lo sufrimos pero formaba parte de esa realidad de pobreza y dejadez.
India nos derrotó, pero no por robar el futuro a sus próximas generaciones. Niños vagando por las calles o trabajando duro desde pequeños. En Nueva Delhi puedes ver decenas de niños esnifando pegamento y andando como zombies, los ves jugando en los vertederos o haciendo malabares en los trenes para conseguir dinero. Nos tocó el corazón pero quisimos saber más de porque las cosas eran así, a día de hoy, seguimos sin respuestas.
India nos derrotó, pero no porque a cada dos pasos intenten engañarte de la manera más absurda, vendiéndote tickets falsos, llevándote a oficinas de turismo falsas o pidiéndote el triple del precio habitual. Entendíamos que para ellos éramos una tarjeta de crédito con patas.
India nos derrotó por ser India. Una sociedad que se escapa a cualquiera que podamos entender como occidentales que somos. Nos derrotó por ser novatos. Completamente noveles en lo que es la cruda realidad de una sociedad tan distinta a la nuestra.
En ella experimentamos el trato de inferioridad a la mujer, la indecencia de la sociedad de castas y la resignación a querer cambiar su propio destino. Nos llevamos la sensación de estar en un país derrotado en valores y sin empatía por el prójimo.
No obstante todo lo que nos pasó en 14 días nos llenó más que meses en otras sociedades. Conocimos lo desconocido y vibramos con el bullicio estrepitoso de este país de más de 1.250 millones de habitantes. Nos rendimos a su caos, sus colores, sabores y olores. La sorpresa de su mirada al vernos entre ellos. Su imponente historia nos mostró que apenas sabemos nada de ellos. Nos esperanzamos con sus jóvenes universitarios y con humildes trabajadores que compartieron interesantes charlas con nosotros.
La perplejidad al decirles que éramos ateos, preguntándonos con desconcierto que qué hacíamos entonces los domingos! No poder pasear de la mano con la pareja pero ver que allí solo lo hacen los hombres que son amigos. Ver que no dan limosna a niños, ciegos o amputados pero si a los travestidos para no atraer al mal augurio.
Acabamos bebiendo cervezas en la desconocida noche de Jaipur con conductores de Tuk Tuks, discutiendo de macroeconomía con estudiantes en un vagón de tren, alimentando monos en el tejado del hotel con nuestro amigo Moha y viendo albums de boda en casa de un autoproclamado hermano mío en los suburbios de Agra.
Miles de anécdotas y sólo en 14 días.
A día de hoy sigue siendo el país que más descolocados nos ha dejado. Mi opinión personal es que la espiritualidad no reside en la cultura o país que uno visita, sino en la mente abierta que recibe todas esas sensaciones, y sin duda en India, las experimentarás a raudales.